Hacia el día

Hacia el día1

Transito extrañado pese a lo repetido, por un camino inmerso en una niebla profunda. Hacia los lados apenas distingo troncos de árboles, no sé cuáles, pues su copa queda oculta. Al frente todo parece más claro, es un limbo gris sin límites que trasluce la luz. Miro curioso hacia atrás, de donde vengo y el corazón se me congela. La niebla se va oscureciendo progresivamente hacia un universo negro que lo atrapa todo. Ese yo, es tan total que con horror me apresuro adelante, no vaya a ser que a deshora me retorne.

Le presto desconfiado, atención al camino, parece recto, como si el hombre hubiera tenido algo que ver. Es de una grava pequeña y ya me molesta. Entiendo, mis modernos pies protestan por el maltrato, quieren sus suelas de siempre. Los obligo, desnudos y tanteando precavidos, finalmente siguen.

Ellos, por asociación me las recuerdan y miro atónito mis manos. Las reconozco junto a mis antebrazos, mis dedos parecen perlados en este entorno crepuscular. Redescubriéndome, audaz las llevo a mi rostro. Asustado siento ese doble tacto, el de mis palmas y el de mis mejillas. Exploro mi… cara y descubro mis… ojos, que parpadean. Siguen con mis cejas, mi pelo y ya yéndose, ellas se topan con mis orejas y su roce produce el primer sonido del mundo. Allí esperaban agolpados todos: mis pasos sobre la grava, mi respiración que como una leve brisa agita esas hojas escondidas a espacios regulares, mi palpitar que se parece a un incomprensible y lejano tambor.

Más consciente recupero algo de ánimo y me salgo del camino para explorar el insólito paraje. Recorriendo esa columnata vegetal me intriga la falta de retoños, pareciera que la vida aquí no se reproduce. Veo troncos de diferentes formas y tamaños; unos rectos, de corteza sana, que me sorprenden por lo variado de su diámetro: desde los que rodearía con un abrazo hasta aquellos en que tendría que multiplicarme para poder abarcarlos. Los otros, retorcidos, con huecos y protuberancias, han crecido sin ningún control. De corteza aberrante y malsana. Como si otra mente los hubiera generado, me producen dolor de solo mirarlos.

Descuidado, me apoyo en una de las reconfortantes columnas. En un inesperado shock evocativo, veo mis manos nuevamente agarrando con fuerza el manillar. Bajo el sol del verano, me unen con una larga soga de nylon a la lancha que en el agua, poderosa, me arrastra tras de sí. Sobre el monoski, azotado por ese viento de juventud, voy zigzagueando de un lado al otro, saltando en el aire cada vez que cruzo la estela, más alto…, más rápido…

Trastabillo desconcertado por la sorpresa, para no caer me aferro a un tronco inmundo y pegajoso. Ahora el sudor me empapa bajo las mantas de mi pequeña cucheta. Tapado hasta la cabeza, oigo a las serpientes negras que se deslizan por debajo, buscándome. Mis manos tapan mi boca y mantienen amordazado mi grito de miedo, aterrado siento como raspan la madera. La pierna se me congela inmóvil bajo el susto de ese peso extraño, hijo de la noche.

Con esfuerzo consigo despegar mi mano tan de golpe como si se hubiera quemado. Aún tembloroso noto que aquí la niebla se ha tornado más espesa y oscura. Imagino lo que sería perderme en este bosque ceniza y regreso amedrentado al camino.

Se nota ya más claro; me dirijo cual flecha hacia un centro de luz. La pendiente cambia y me impulsa a correr hacia él; sin embargo no hay agitación, solo me deslizo. Siento unos sonidos pequeños, ininteligibles, pero aun así ya los amo. Abro los párpados. Con la mente en blanco, mis ojos se acostumbran a ese fino rayo de sol y el piar de los pájaros termina de despertarme por fin.

 

Carlos Caro

Paraná, 6 de Noviembre de 2013

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4 comentarios

  1. Yo siempre he pensado que los sueños son una magnífica herramienta de autoconocimiento. Que su lectura se hace arrimando el ascua a la sardina deseada? pues sí, y qué? no consiste en eso la búsqueda de respuestas? en tratar de encontrar siempre la que más nos satisface? Besos, Carlos.

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